No hay otro reloj en el mundo tan singular como el Atmos de Jaeger-LeCoultre. La mayor parte del tiempo cuando nos encontramos con uno, se sienta allí dándonos la hora; sin revelar ninguna pista sobre su idea revolucionaria, de modo que cuando examinamos el reloj más de cerca y se nos dice el concepto que subyace en la forma en que funciona, consideramos que lo que acabamos de oír es apenas creíble.
La intersección de elementos invisibles en el Atmos de Jaeger-LeCoultre es lo que nos seduce; que los conceptos de fácil comprensión, como la temperatura y la presión, podrían estar unidos entre sí de una manera sorprendente para producir una máquina que funcione por el resto de los tiempos. Entonces, ¿cómo funciona el reloj? Sencillo. Permítame explicarle.
La clave del Atmos de Jaeger-LeCoultre es una cápsula llena de gas de cloruro de etilo, notable por su propiedad de responder a cambios de temperatura con cambios de volumen relativamente grandes. Esto es lo que permite la expansión y contracción de la cápsula, y es este movimiento el que da como resultado la transferencia de energía a una cadena, que se mueve hacia atrás y hacia delante, enrollando mientras tanto el muelle principal.
A partir de aquí, la potencia recogida por el muelle principal se utiliza para ejecutar el movimiento del reloj, uno hecho tan fina y tan precisamente como es humanamente posible para minimizar la fricción y la pérdida de potencia. De hecho, el reloj es tan eficiente que sólo basta un cambio de un grado de temperatura para darle vida durante dos días.
De hecho, el reloj Atmos de Jaeger-LeCoultre es una hermosa manifestación de ese sueño eterno de una máquina de movimiento perpetuo, y dentro de los parámetros de nuestro entorno es lo más cercano a lo que uno puede llegar. Siempre y cuando el sol se levante y se ponga todos los días, lo que sin duda hará, las variaciones de temperatura (salvo el servicio de los componentes) motivarán el reloj para siempre.
Este año, Jaeger-LeCoultre nos lleva nuevamente a revisar esta notable creación. La última versión del Atmos se ha bautizado, simplemente, el 568 —y fue concebido por, posiblemente, el diseñador más prolífico de Australia, Marc Newson—.
En una tercera colaboración entre Newson y Jaeger-LeCoultre, el Atmos 568 puede parecer familiar a primera vista, ya que toma algunos de los elementos de diseño que hemos llegado a amar de las dos versiones anteriores. Pero examina el reloj un poco más de cerca, y verás algunas notables diferencias.
La idea principal detrás del Atmos 568 es que canaliza una sensación aún mayor de transparencia y ligereza, con muchos elementos refinados para lograr este efecto. Atrás quedaron los bordes visibles del disco transparente que sostenían los marcadores de la hora y, desde el frente, el contrapeso que forma el mecanismo de bobinado está aún más integrado en los elementos visibles de tal manera que parece desaparecer en el aire.
Al igual que con los dos relojes anteriores, se conserva el puente de cuatro puntos que introdujo Newson para la simetría, pero se ha eliminado la floritura de los puntos de unión, que se hace evidente cuando se refleja la curvatura de la caja de cristal, haciendo que el puente tenga un aspecto más elegante, sofisticado y, de manera incuestionable, más útil y disfrutable.
Asimismo, de manera muy evidente, cuando el nuevo Atmos 568 se coloca al lado de las creaciones anteriores, se ve que la forma de la cubierta es severamente distinta; es menos que una burbuja cuadrada ahora, pero más alto y con una base pronunciada, como el aspecto de una televisión de época o incluso una iMac de las clásicas.
El Atmos 568 es una impresionante continuación de la notable sociedad de la grand maison con uno de los diseñadores más aclamados del mundo, y en esto se ve una evolución hacia una variante más pura de la forma para el Atmos. Para un reloj que funciona mediante fuerzas invisibles en el aire, el Atmos 568 es lo más cercano para ejemplificar las cualidades etéreas y delicadas de su fuente de energía.
